Tomé un avión a Tijuana, me costó unos mil pesos. Mi equipaje era una bici vieja con 8 velocidades. Recuerdo el sentir cuando el avión aterrizó, cuestionándome la decisión de viajar con tres desconocidos y un tanto temeroso por irme por tanto tiempo de mi ciudad sin planes exactos.
- Julio – Septiembre, 2012
- 2,500 km
- Equipo:Alessandro Bo, Marie Clemence, Fernando Espinosa de los Monteros, Andrea Maccarone y Antonio Gallardo
- Duración: 90 días
Así inicié la primera aventura en bicicleta, a lado de Marie, Andrea y Alessandro, sólo había intercambiado unas palabras y un alley cat con Andrea Maccarone, un joven ciclista italiano que viajó a la Ciudad de México para cumplir una promesa: Armar una tallbike y llegar desde ahí a San Francisco, Ca; cuando me enteré de su travesía, lamenté no estar libre, aún no terminaba mi último semestre universitario. Por lo que finalmente logré alcanzarlo (en avión y 2 meses después) en Baja California.
El punto de encuentro fue San Telmo de Abajo, unos kilómetros al sur de Ensenada. El grupo me llevaba esperando varios días para emprender una desviación a la sierra de San Pedro Mártir y poder vivir uno de los mejores lugares en el mundo para ver estrellas.
Desde los primeros momentos el grupo me transmitió buena vibra, a pesar de que el primer día fui puesto a prueba en la subida extrema de mi vida y un pesado recorrido bajo el agotador sol.
Los días pasaron y también los kilómetros, me había adaptado a esta nueva familia, en la que los problemas eran pocos y las alegrías muchas. Aprendí a cocinar con lo que fuera, a compartir, a perder la pena para pedir un espacio para dormir y tuve que ir adaptando la bici para cargar más de lo que había planeado
Vivimos juntos Ensenada, Tijuana, San Diego y muchos puntos intermedios donde además de conocer admirables lugares pudimos compartir momentos con personas increíbles que nos daban hospedaje y comida.
Fue en la ciudad de Los Ángeles, donde se unió un quinto elemento al grupo, Fernando, un gran amigo que conocí jugando polo acuático en el 2002. Los días transcurrieron, el equipo de cinco disfrutamos la ciudad y pedaleamos una semana mas hasta San Luis Obispo, donde repentinamente Fernando y yo decidimos separarnos, si bien el plan original era rodar juntos hasta San Francisco, yo tenía muchas ganas de conocer Portland; Marie y Andrea querían ganar unos buenos dólares pescando langostas en Morro Bay y Alessandro quería un tiempo en solitario.
Por lo que a partir de ahí solo éramos dos, seguimos en bici hasta Santa Cruz, donde tomamos un tren hasta Portland, esa ciudad que tantas ganas tenía de conocer y vaya que lo valió. El 11 de septiembre comenzamos el camino hacia el Sur, Oregon nos trató demasiado bien con sus hermosas playas y su continuo paisaje verde aunque en ocasiones se pasó de frío.
Así y a 75 días de mi partida llegamos a San Francisco, al aniversario 20 de la Crtical Mass, una experiencia inolvidable. Ese mismo día viví un ataque de coraje al darme cuenta de que el disco donde iba almacenando todas las fotografías del viaje dejó de funcionar. Tantos encuadres, tantos momentos, permanecen guardados en un objeto que jamás los revelará.
Esa vivencia, que comenzó por arruinarme el día, terminó con una sonrisa, me di cuenta del enorme valor que tienen los recuerdos. Me acordé de la obra de Ale de la Puente: “Memorias no reveladas”, en la que se mostraba una grande colección de rollos fotográficos que nunca se procesaron. Esos rollos pertenecían a desconocidos que habían accedido a regalar sus memorias a la artista.
Perdí más de mil imágenes. Recuerdo que antes de partir, Gonzalo Rocha, un buen amigo me dijo: Deberías abrir un blog, ir subiendo fotos a manera de bitácora de viaje; eran otras épocas y yo respondí algo similar a: no habrá conexión en todo momento, las fotos van en mi cámara y no confío en mi iPod fotográficamente hablando; finalmente tomé su consejo y usé aquel dispositivo para poder compartir mi travesía en esas épocas, fotos que también magnificaron su valor, pues además de los recuerdos, son las únicas imágenes que me quedan del viaje y las que comparto a continuación.
Aquí tengo el disco, con el resto de mis memorias, pero yo también las conservo, las memorias de ruta no se quedan en esas imágenes, se quedan en mi ser, en la posibilidad de relatar, aprendí más de lo que imaginé, rodé más de lo que mi cuerpo permitía, compartí, conocí, viví. Ese fue sólo el principio de muchos viajes en bicicleta y el origen de este proyecto llamado Memoria de Ruta.