Cómo empezó todo. Raleigh 84

Años atrás me obsesioné con la idea de tener una bicicleta inglesa de los años setenta. Desesperado y sin muchas opciones, le compré a un cocinero que vendía bicis viejas un cuadro de 1984 que resultó ser enorme para mí. La informalidad de aquel negocio callejero hizo imposible recuperar la inversión y guardé el cuadro sin imaginar lo mucho que esa transacción cambiaría mi vida.



Meses después terminé comprando un cuadro Raleigh 74, esta vez de mi tamaño. El otro quedó en el abandono hasta que apareció en la Ciudad de México un viajero italiano: Andrea Maccarone, quien había llegado para construir una bicicleta hecha con dos bicis, una arriba de otra (tall-bike). Con ella pedalearía desde la Ciudad de México hasta San Francisco, California.

Con el pretexto de darle un uso a mi viejo cuadro contacté a Andrea, que impartiría un taller de ensamblado de tall-bikes. El taller nunca se hizo propiamente, pero después de establecer contacto, el viajero italiano me invitó a unirme a su travesía. Mi condición de estudiante me impedía salir a la par que él, pero el día que dejó la ciudad fui a despedirme y prometí alcanzarlo dos meses después en Tijuana.

Supongo que no me creyó, pero tal como dije, una vez que acabé mis estudios, tomé un avión para pegarme a la aventura. Mi ruta empezó unos kilómetros al sur de Ensenada y tres meses después, junto a otros cuatro personajes, llegué a San Francisco.

El viaje llegó a su fin y volví a México sólo con la experiencia, pues el último día del viaje descubrí que el disco duro en el que había almacenando todas las fotografías de la travesía había dejado de funcionar. Tantos encuadres, tantos momentos, permanecen guardados en un objeto que jamás los revelará.

Ya en México, me tomó más de dos años finalizar el proyecto de la tall-bike, por el cual había comenzado todo; en realidad, la armé con Fernando Espinosa, él puso la bici roja y yo la azul.

Y así, de aquel viaje, además de las experiencias, los recuerdos atrapados en un disco duro averiado y la tardía rehabilitación del cuadro del 84, me quedó la pasión por el biciviaje, una suerte de enfermedad de la que no he podido recuperarme. Esa travesía fue el parteaguas de muchos otros viajes, algunos de ellos aún por realizar. Pedalear se convirtió para mí en un estilo de vida, cambió mi rutina y la manera de transportarme al punto que he seguido viajando de esta manera por más de seis años.