Los primeros 12 días [agosto, 17-28]
Saliendo de Bakú el lujo de la capital desaparece. Emprendemos camino a Gobustan, para visitar un importante volcán de lodo; no sin antes parar en unas cuevas con pinturas rupestres de miles de años, justo un kilómetro antes de dicho punto se rompe un rayo “spoke” de una de las bicis… (pareciera que me persigue esta maldición mecánico desde mi anterior viaje por los Balcanes); por suerte traemos una nueva herramienta que cabe en la palma de la mano “NBT2” y arreglar la bicicleta no toma más de media hora. Pasamos la noche en lo alto del volcán, en dónde unos jóvenes militares que han venido a gastar su día libre nos advierten que por la noche hay fauna salvaje, aún así, es demasiado tarde para cambiar de opinión. Amanecemos sin novedad, pero la comida que dejamos como carnada a unos 100 metro de la tienda efectivamente desapareció por la noche.
Por casualidad pasamos por un puerto y consideramos la opción de tomar un ferry para llegar a Kazajistán y hacer la ruta de manera inversa al plan, sin embargo los horarios y los días de salida son muy inciertos por lo que decidimos seguir al Sur.
Los automovilistas manejan demasiado cerca de las bicicletas, pero le saben calcular a las distancias, les encanta tocar el claxon ya sea para celebrar nuestro viaje, para que abramos paso o simplemente por costumbre de hacer ruido.
Días adelante, después de un desayuno a media carretera, se nos ocurre entrar a una autopista cerrada, está en construcción pero es perfectamente transitable: tres carriles para un par de bicicletas, sin ruido, desierta, es perfecto; el problema es que con la emoción nos olvidamos hacernos de suficientes litros de agua para el caluroso día. Este camino no sale en los mapas, no hay nada: hallamos tortugas y serpientes sofocadas por el calor y después de varias horas nos encontramos con un particular hombre, lleva un caballo herido; obviamente la comunicación es por señas y lo único que entendemos es que nos lo quiere regalar.
Las estancias en Azerbaiyán son en una especie de terrazas en la que la gente se para a tomar cerveza, chai o a refrescarse en un área boscosa. Los propietarios no tienen problema en compartir un espacio para que pongamos nuestras tiendas y pasemos la noche.
En solo 4 días hemos llegado a Astara, la frontera con Irán, el cruce de un país a otro es demasiado fácil, ir en bicicleta nos ahorra todas las filas.
A la salida del control fronterizo, nos espera un contacto iraní, lo hemos contactado días atrás por warmshowers (una página de hospitalidad ciclista). Nos guía a su casa a unas cuadras, apenas llegamos nos explica que no dormiremos en esa casa, pero que ahí se quedarán las bicis, subimos al coche y nos enteramos que realizaremos un viaje de tres horas a Sareyn, una ciudad famosa por sus aguas termales y baños de vapor . Son las 11 PM y el lugar está repleto, lo hombres entran por un lado y las mujeres por otro.
Es media noche y cientos de restaurantes siguen abiertos: viejos, niños y jóvenes están cenando, el host consigue un hotel de mala facha pero es más que suficiente para descansar.
Vamos de regreso, pasamos por Ardabil una importante ciudad; edificios históricos y comida tradicional. Nuestro nuevo amigo se encarga de todos los gastos y no nos deja pagar nada en lo absoluto. Estamos plenamente agradecidos con él, en solo un día le hemos dado toda nuestra confianza, incluso nos asesora con el cambio de moneda, asegurándonos que la manera más segura es hacerlo en el banco con una identificación del país y que el está dispuesto ayudarnos.
De vuelta a Astara tomamos las bicis rumbo a Talesh, nos espera un nuevo host: Teymour, un maestro de inglés, su dominio de la lengua logra resolver nuestras miles de dudas sobre este país.
Se siente la hospitalidad iraní, Teymour ha contactado a Mustafa de Ansali, una ciudad en el Caspio, donde hacemos pausa para iniciar los trámites de visas pendientes; entre comidas y pláticas compartidas nos enteramos que el “agradable” hombre de Astara nos ha timado. En Irán hay dos tipo de cambio y se ha aprovechado de nuestra confianza e ingenuidad. Mustafa está furioso, nosotros, un tanto cabizbajos, aceptamos que no hay vuelta atrás, lo perdido, perdido está y quizás lo único por hacer es avisar a otros viajeros que no caigan en las manos de este timador.
Sin olvidar lo sucedido, concluimos que a pesar de la mala experiencia tenemos que seguir confiando en los extraños que se nos cruzan día a día. En ocasiones lo más sencillo resulta lo mejor, nos comparten un patio con manguera: perfectos para para pasar la noche o si corremos con más suerte llegamos a casas de campo en la alta y nubosa montaña. La mayoría de la gente es maravillosa, aveces la comida en restaurantes es gratis cuando oyen nuestra historia.
Entender cómo funciona este país no es instantáneo, usos como el hijab en las mujeres, el Taarof (una especie de juego/broma en la que por tres ocasiones seguidas un iraní te ofrecerá gratis algo que el posee); un calendario distinto al nuestro (aquí estamos en el año 1352) y confusiones con los precios en Toman y en Rial, que en realidad es la misma moneda; hacen de Irán un país lleno de sorpresas y preguntas.
Cada nuevo amigo, aporta algo a la ruta,así, el camino se va modificando, nos trepamos a un bus de 3 horas; la carretera de Chalus a Teherán es demasiado transitada y nos han recomendado evitar la parte de la subida en bici.
Estamos en lo alto de la montaña, unos paisajes asombrosos, presas imponentes; pero el tráfico vehicular es excesivo, la bajada en bici empieza a las 6 de la tarde y rodamos 80km para llegar por la noche a Karaj…de alguna manera se empieza a sentir la metrópoli, mucha de la gente que trabaja en Teherán, la capital, vive por aquí.
Después de un desayuno de higos y lavash (una de las tantas variantes de pan) partimos a la gran capital. Si hay una ciudad caótica, Teherán está entre las finalistas; no existe el concepto de ceder el paso, los peatones cruzan cuando mejor les viene, motos por las banqueta, sentido contrario, reversas de un kilómetro, claxonázos, pocos semáforos… y aún así , la urbe funciona.
Al parecer, el frío estará rudo en Kyrgyzstan si no nos apuramos, queremos cerrar las visas pendientes a la brevedad y así continuar a las montañas en tiempo. Cita en la primera embajada: Turkmenistán, recibimos un “No” instantáneo, pues necesitamos comprobar que podemos entrar a Uzbekistán para asegurar nuestra salida de tierras turkmenas.
El plan a Asia Central se nos viene abajo, los tiempos no nos dan, estamos en espera de la carta de invitación a Uzbekistan y aún no está lista. Después de analizar la situación decidimos caminar a la embajada mexicana, nos abren la puerta instantáneamente, el personal nos trata de maravilla y es agradable ver caras de México, una chica de Morelos se acaba de casar con un afgano y están arreglando sus documentos para mudarse a Tepoztlán definitivamente.
El embajador Alfonso Zegbe, sorprendido de nuestra presencia, nos apoyará con los trámites pues el consulado mexicano de Irán cubre también a estos dos países.
La embajada está planeando las fiestas patrias para la siguiente semana (por cuestiones religiosas el 16 de septiembre no se puede celebrar) y al parecer un talento mexicano no viene mal para la ocasión: —¿Tocan algún instrumento, cantan? Emanuel bromea con un “Podría cantar…” en una audición de 30 segundos Alfonso acepta la voz y juntos escogemos un par de canciones para el próximo evento.
De repente todo ha cambiado, la embajada nos ha conseguido un buen hospedaje, las visas no van tan lento, estamos en el ensayo con músicos locales para sacar una versión de México lindo y querido.
Seguramente Irán nos seguirá sorprendiendo, en unos días vamos a Isfahan y si los tiempos nos dan a Persepolis.