[septiembre 23 – octubre 11]
A Nazderin
Capítulo 1
El paso por Uzbekistán resultó demasiado fugaz. Traemos un ritmo de 90 km por día y queremos aprovecharlo, ya que cada vez son más las noticias de que en nuestro próximo destino, El Pamir, el clima está enfriando demasiado rápido.
Hago un paréntesis para aclarar la importancia de esta ruta para mí. La carretera M41 cruza desde Afganistán a Kyrgyzstan pasando por Uzbekistán y Tajikistán; la parte de Khorog, TJ., hasta Osh, KGZ., es llamada Pamir. Es uno de los caminos más elevados del mundo, con pasos que superan los 4000msnm; famosa por sus fantásticas montañas, paisajes únicos, gélidos vientos y desafiantes subidas. Un camino milenario, pues era parte importante de la ruta de la seda; en donde la poca presencia humana hace factible que en una travesía en bicicleta pases más de tres días sin acceso a comercio alguno, aumentando así la dificultad. La temporada ideal para recorrerla es de Mayo a Septiembre, pues iniciado el Otoño las temperaturas caen hasta los -20° C y muchos de los caminos se cierran por la nieve.
Hace más de un año, en mi ruta con Lia de Roma hasta Istanbul, conocimos a una pareja (rolling east) en Sofía, Bulgaria; venían rodando desde Londres. Si bien mi viaje anterior acabó en el este de Turquía, ellos continuaron por Irán y Asia Central, rodando por la mencionada ruta, yo seguí sus relatos y fotografías y me quedó claro que algún día tendría que recorrer el Pamir. Me costó trabajo encontrar un compañero de viaje, incluso consideré hacerlo solo, pero después de varios meses Emanuel aceptó unirse a esta nueva aventura, en principio rechazando la ruta pues la desconocía y estaba más interesado en el sudeste asiático, finalmente acordamos rodar por ambas y les puedo asegurar que no se arrepiente.
Cierro paréntesis.
Uzbekistán resulta muy interesante después de Turkmenistán, un país tan cerrado. La comida mejora en variedad, presume de sitios históricos únicos, parques, plazas y mezquitas imponentes; aunque si algo no mejora son los caminos, Uzbekistán tiene los peores pavimentos carreteros que he visto en la vida.
Estamos dudosos si ir por el norte a través de Samarkand y de ahí a seguir a Dushanbe, la capital Tajika, o si llegar a la misma ciudad por un camino más corto y reducir tiempos; algo tengo por seguro, sea por el medio que sea, tenemos que visitar Samarkand… pues uno no viene a Uzbekistán cada vez que se le antoja.
Entre las opciones, dudas y kilómetros llegamos a Bukhara, el centro de la ciudad es bastante acogedor pero se siente cargada de turistas, precios altos, cervezas malas, souvenirs e intentos de venta en cada cuadra.
Hemos decidido ir por el sur, pero tomamos un día de descanso, dejamos las bicis en Bukhara y tomamos un tren de 240km/h a Samarkand. Desde hace 6 semanas no tenemos acceso a cajeros, el efectivo empieza a escasear, confiamos que en Uzbekistán podemos encontrar alguno pero el único que hallamos no funciona. No podemos comer, tomar taxis, entrar a los múltiples sitios históricos, después de varias horas terminamos en un lejano banco para surtirnos de dólares y moneda local.
Paseo express por esta particular y hermosa ciudad, un bazar tradicional, más mezquitas, comemos un carrousel (kebap) exquisito y emprendemos vuelta a Bukhra para seguir pedaleando al otro día.
Si bien la comida nos gustó inicialmente, en 3 días estamos cansados del osh (un arroz con zanahorias y cordero) y las somzas (empanadas de carne de cordero). Hace calor, se presentan varios problemas mecánicos y ni hablar de los estomacales, pero cada vez estamos más cerca de Dushanbe; mientras tanto las familias nos acogen de manera instantánea para pasar las noches.
Capítulo 2
Hemos cruzado la frontera, se siente una prosperidad particular, los niños caminan solos a casa después de la escuela, el campo es verde, los desiertos desaparecieron.
Dushanbe es moderno, el pavimento es perfecto, la influencia soviética se manifiesta en la arquitectura y la ciudad, lo extraño es ver retratos del presidente por doquier.
No acostumbramos mucho los hostales, pero acabamos en el sobrevalorado Green House, en donde lo que vale la pena es cruzarse con todos los viajeros van o vienen de la montaña; consejos, historias en donde uno se siente demasiado pequeño con trotamundos que llevan más de doce años viajando. Hasta en los negocios nos va bien, nos hacemos de equipo de invierno de una pareja que volará de vuelta a casa después de recorrer el Pamir.
Día de pausa, limpieza profunda de las bicis y visita a un mecánico local con una inventiva especial, las bicicletas quedan de rechupete.
Estamos listos para salir, pero antes tendremos que elegir nuevamente entre la ruta del norte o la del sur, la primera es mucho más complicada: piedras, montaña y la subida más retadora del Pamir (2000m de ascenso en 50km) pero todos los personajes que hemos conocido están de acuerdo en que esta opción es maravillosa hablando de paisajes y naturaleza. La opción del sur tiene lo suyo, es más larga en kilómetros pero con un camino mucho más fácil.
Nos hemos decidido por la norte, a los 120km el pavimento desaparece intermitentemente, la montaña empieza a reclamar su espacio y en 2 días el camino de piedras y terracería es permanente, pero quedo boquiabierto con los paisajes.
Acampadas frías, familias que comparten, subidas empinadas, mucha tierra, mucho polvo, la oferta de las tiendas se limita a unas cuántas cebollas, sardinas, galletas y agua mineral.
Nuestros días de 90 y 100km quedaron atrás, en ocasiones lo mejor que podemos dar son unos 40 porque además empieza a oscurecer más temprano, por ahí de las 6 de la tarde.
Hemos arrancado para la última parte de la subida, la más pesada, nos faltan 10 km para el pico cuando llega una lluvia repentina, estamos empapados, el esfuerzo, el lodo, la lluvia y el sudor nos agotan, ni para quejarnos tenemos ánimos, podríamos seguir pero habíamos decidido parar aquí en Sagirdasht a comer y a abastecernos, pues Jin, el último ciclista que vimos en sentido contrario hace unos 40km, nos advirtió que no habrá más tiendas hasta Kalaikhum.
Capítulo 3
Llevamos un par de minutos bajo las orillas de un techo intentando cubrirnos de la lluvia, cuándo un hombre se acerca y sin preguntar nada en absoluto, nos indica con señas que los sigamos, solo dice “doma”, caminamos unos 500 metros y estamos en su casa. No podemos rechazar esto en semejante tormenta; sopa caliente, chai y un cuarto con chimenea, o más bien una sala con estufa de leña y un diseño ingenioso. La lluvia sigue y se siente demasiado frío… fácilmente nos convencen de pasar la noche por aquí a pesar de que apenas es medio día.
Amanecemos con las montañas cubiertas de blanco, estamos a unos 2500 metros de altura en el tramo peor conservado de toda la M41, y lo que dice Nazderin, nuestro nuevo amigo, es que en la cima es imposible cruzar con estas condiciones. La nevada sigue todo el día, quizás tengamos que abandonar la idea del Pamir para este 2018; como todo en la vida hay que saber dejarlo ir.
Aquí los cubos no son de hielo, son de azúcar y el hielo no viene en cubos; sobra decir que el internet no figura. Días de lectura en este obligado descanso, demasiados pensamientos, alternativas en la cabeza que no llevan a nada, nos hacen comprender que siempre se puede regresar y que quizás es tiempo de volar a algo más cálido, pues los días que llevamos aquí dicen que el lodo, la nieve y la bici no se llevan muy bien. Aún así no hay nada decidido.
Cierro con estas palabras de Emanuel, que escribió ayer durante estos días de reflexión.
Nada ha cambiado, por el contrario, ha estado nevando noche y día, esta vez sin que salga el sol. Nazderin llega con una sonrisa y por supuesto chai, comunicándonos lo obvio y riéndose amistosamente de nuestra cara de desesperación; nos repite que no debemos preocuparnos, que nos podemos quedar por acá el tiempo necesario, incluso un par de meses y en Mayo seguir nuestro camino. Desafortunadamente en este momento no disfrutamos de su buen humor, la angustia no se aleja de nuestras caras y él no tarda en notarlo, por lo que nuevamente nos tranquiliza preguntando si algo nos hace falta.
Que afortunados somos al ser recibidos por un extraño campesino en medio del camino, que en nuestra complicada situación nos ha abierto la puerta de su casa y dado la mejor hospitalidad, pasando tres días siendo atendidos como solamente lo harían nuestras madres cuando enfermamos. Nos hace recordar la gran libertad con la que vivimos y reconocer que una vez pasado el mal clima podemos seguir a donde queramos.
El campesino, aún sin tener esa libertad, vive cada día con una sonrisa, agradecido de todo lo que tiene y consciente de su realidad; y está dispuesto a compartir su espacio, su comida y su tiempo con dos personas que ni siquiera hablan su idioma.
Que pase el tiempo que tenga que pasar, estamos en donde tenemos que estar. A disfrutar el paisaje, la nieve, el frío, la vida de campesinos y los regalos de esta familia de la que poco a poco ya nos sentimos parte.
Es nuestro tercer día en Sagirdasht, el sol ha derretido poco a poco la nieve, los caminos están húmedos y lodosos; hacemos un par de caminatas al monte, conocemos a profundidad la granja: vacas, ovejas, gallinas, un caballo y hasta abejas a las cuales también les pegó la nevada.
Ha llegado la noche y comunicamos a Nazderin que partiremos a la mañana siguiente. Con un gesto triste, que intenta disimular, nos hace prometer dos cosas: que volveremos en algún verano futuro y que si el paso de la cima sigue bloqueado por la nieve regresaremos a su casa. Dubitativos si seguir el camino marcado por los mapas o la alternativa sugerida por nuestro amigo, quién asegura que es mucho más corta; aceptamos su consejo y se ofrece a guiarnos hasta la punta. Despedidas rápidas, sus 3 hijos parten a la escuela, preparación del equipaje, estamos listos.
Nazderin sube a su caballo, él asume que rodaremos sobre las bicis, pero la pendiente del camino supera el 16%, el lodo y la nieve derritiéndose impiden que vayamos pedaleando.
Por primera vez en todo el viaje tenemos que ir empujando las bicicletas. La vereda es difícil, dudo que la mejor MTB pueda subir por aquí, salimos hace media hora y estamos agotados…Nazderin se percata de mi cansancio y me intercambia la rienda del caballo por la bici; a los dos minutos de empujar se da cuenta de la dificultad, pero tiene una idea: ata una cuerda entre el caballo y una de las bicicletas y ésta a la segunda.
No hay tiempo para pausas, el caballo jala y hay que seguir el paso y mantener las bicicletas en pie; Emanuel y yo nos caemos un par de veces. El lodo se acumula en cada pieza posible, los frenos están atascados, las ruedas apenas giran pero tenemos que salir ahora, es nuestra mejor oportunidad.
Hemos llegado a la cumbre, aún con un poco de nieve, pero el camino es posible, Nazderin se despide con una mano en el corazón y da media vuelta. Es necesario desarmar las bicicletas pues no se puede pedalear con la cantidad de nieve acumulada, 40 minutos de manos congeladas, los engranajes y la cadena no giran, la única manera posible de derretir el hielo resulta ser agua corporal.